Una de panes y de peces

Estamos delante de uno de los episodios más famosos de la vida de Jesús, plasmado en multitud de representaciones artísticas. Es, sin duda, uno de los iconos de la vida pública del Señor, por lo que tuvo de extraordinario y por las circunstancias que lo rodearon. Dió de comer a un gentío que lo seguía con solo cinco panes y dos peces. Unos alimentos muy humildes. ¡Pero qué suculentos! El pan del trigo que ocupaba las planicies de Galilea, y el pescado del lago de Tiberíades. Los que lo seguían, no iban detrás suyo porque les diera de comer. Eso es seguro. Jesús y los discípulos hubieran necesitado varios carros para tantas vituallas. Y nada de eso llevaban. Lo seguían porque sus palabras saciaban su hambre de paz y justicia. Les daba esperanza cuando ya no la esperaban de nada ni de nadie. Pero también se sentaron y comieron hasta hartarse. Jesús los alimenta porque es justo que coman, ya que lo han seguido y él es el responsable de que hayan ido hasta allí, lejos de los pueblos o ciudades donde quizá hubieran podido obtener comida. Mas el mensaje de tamaño milagro no es la justicia social, aunque es bueno que se obtenga. El significado es que el anhelo de una vida conforme a Dios quiere, donde prime el bien de los demás como el propio, donde haya más misericordia que venganza, más perdón que odio, es lo que nos va a llenar y nos va a dar alegría. Lo demás, el alimento, el vestido, vendrá por añadidura. Es por eso que la multiplicación de los panes y los peces enlaza de pleno con aquellas otras palabras del Señor, cuando dijo que los lirios del campo no se preocupaban por el alimento y bien que Dios los vestía con tan bellos ropajes. No nos preocupemos por lo que vestiremos o por lo que comeremos. Preocupémonos por cómo hacer el bien a los hermanos y ser agradables a los ojos de Dios. De rebote, seguro que siempre tendremos a nuestro alcance unos panes y unos peces..

Comentario a Juan 6, 1.5-15

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