El centro de nuestra fe

La eucaristía es el centro de nuestra fe. Las lecturas de esta semana giran alrededor de esta idea. La multiplicación de los panes y los peces fue un prólogo de lo que vendría después. Y Jesús insiste en todos estos pasajes en el mismo mensaje: es el pan de vida. Pan y vida. Todo concentrado en dos palabras. El Señor también habla de la bebida, de su sangre. Son términos difíciles de entender y por ello se podrían interpretar desde un punto de vista puramente simbólico. Pero no es un lenguaje simbólico ni metafórico. Es un lenguaje principalmente referencial: lo que dicen esas palabras son lo que realmente significan. El Señor nos ofrece su cuerpo y su sangre, el pan y el vino, para que tengamos vida eterna, para que nos mantengamos cerca de él, reconfortados con su presencia, guiados por sus palabras. A lo largo de su historia la Iglesia ha insistido en la importancia de esta verdad, y con razón, pero no pocas veces ello ha sido origen de discusiones y problemas. Es muy importante rezar en casa, en el trabajo, en la calle, allá donde sintamos necesidad. Pero es más importante reunirse periódicamente para, como hicieron los primeros seguidores de Jesús, partir el pan y comerlo y así sentir la alegría que dicho momento nos trae. "Ir a misa" no está muy de moda, especialmente en algunas áreas la asistencia es realmente pobre. Muchos niños y adolescentes, a pesar de que han hecho la Primera Comunión y la Confirmación, abandonan esta práctica. Opinan que es aburrido, que no entienden lo que allí se hace... En cierto modo es comprensible. Quizá se debería hacer alguna reforma para potenciar la comprensión y la vivencia de la eucaristía, pero eso lo dejamos en manos de los expertos. Lo que sí nos atañe a nosotros es intentar, a pesar de todo, mantener el contacto con el pan de Dios, con el cuerpo del Señor, y hacerlo en comunidad, con el sacerdote y los otros creyentes. Porque la fe es bueno vivirla y compartirla más allá de nuestros propios hogares. De hecho, es ese el sentido de una cena, de un ágape, de la comida con los hermanos que nos hace más humanos y más próximos unos a otros. Es ciertamente la eucaristía  un momento para recogerse y agradecer a Dios, a Jesús, todo lo bueno que hemos recibido en esta vida y para prepararnos para la venidera. Junto a nuestros vecinos, amigos y familiares compartimos la profundidad de las lecturas bíblicas, la quietud de las oraciones, la alegría de los cantos, la guía bondadosa del sacerdote. Asistir a misa es uno de los signos externos más identificativos de los católicos. Es el centro de nuestra fe como decíamos al principio. Vivámoslo con alegría.
Comentario a Juan 6, 52-59

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