Una persona instruida siempre tiene recursos

                
Leyendo la publicación Magnificat me he encontrado con un extraordinario texto de San Juan María Vianney, el cura de Ars. Sabía de este santo que fue un sacerdorte bueno y sencillo que pasaba horas y más horas al pie del confesionario. Pero jamás había leído nada de él o, al menos, nada que recordara. Y he aquí que he topado con estas palabras suyas explicando por qué es necesario instruirse. Lo hace con un estilo directo y simple, rebosante de sabiduría y humildad. Vale la pena leerlo y meditarlo:

Hijos míos, ¡la Palabra de Dios no es poca cosa! Las primeras palabras de nuestro Señor dirigidas a sus apóstoles fueron estas: "Id y enseñad" para hacernos ver que la instrucción va antes que nada. ¿Qué nos permite conocer nuestra religión? La instrucción que hemoescuchado. ¿Qué es lo que nos da el horror al pecado, lo que nos hace percibir la belleza de la virtud, lo que nos inspira el deseo del cielo? La instrucción. Hijos míos, ¿por qué somos tan ciegos e ignorantes? Porque no hacemos caso a la Palabra de Dios. Una persona instruida siempre tiene recursos. Puede perderse con toda clase de malos caminos, pero podemos esperar siempre que regrese al Buen Dios tarde o temprano, aun cuando sea la hora de su muerte. Una persona que no está instruida en la religión es como un enfermo agonizando: no conoce la gravedad del pecado, ni la belleza de su alma, ni el valor de la virtud, va arrastrándose de pecado en pecado. Una persona instruida tiene siempre dos guías que caminan junto a ella: el consejo y la obediencia.







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