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Aunque lo llamemos albergue en realidad se trataría simplemente de tener en la parroquia una habitación preparada para acoger a cualquier persona que necesitara alojamiento provisional por uno o varios días. Personas que por circunstancias adversas de la vida hayan tenido que dejar su hogar o que en ese momento no dispongan de él. No se trata de substituir a los servicios sociales con que cuentan muchos ayuntamientos o instituciones caritativas. Se trata de ayudar de manera inmediata a aquél que está sufriendo una desdicha: al vagabundo que pasa por nuestro barrio, la madre soltera en apuros, la mujer víctima de la violencia doméstica, el hombre que ha perdido familia y trabajo, el emigrante que se ha quedado sin recursos... Dicho alojamiento consistiría en una cama, una mesita de noche, un armario y una ducha individual. Si hubiera espacio podría ponerse una pequeña mesa de estudio con su silla y lámpara. No hace falta explicar que la acogida material debe ir acompañada de la calidez de unas palabras cariñosas y del ofrecimiento de bebida y comida; cada parroquia sabrá cómo dar respuesta a la persona que Dios ha puesto en sus manos. Es importante que el párroco o cualquier persona capacitada ofrezca al visitante consuelo espiritual, dejando en su habitación algún libro de oraciones, vidas breves de santos, etc. La acogida al desemparado nos la ejemplariza el episodio evangélico del Buen Samaritano, que atendió al hombre molido a palos por los ladrones y le facilitó la estancia en una posada. Esta es, pues, la idea que proponemos hoy para mejorar nuestra parroquia.
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