Las ofrendas ya esperarán

El impacto de las palabras de Jesús debió ser fuerte. En una sociedad tan religiosa como la judía, las ofrendas al altar de los sacrificios eran algo tan arraigado que a nadie se le pasaba por la cabeza ponerlo en duda. Nuestro Señor, un israelita de los pies a la cabeza, coge por los cuernos este asunto y lo enfoca de otra manera. No se trataba de eliminar dicha práctica sino de establecer prioridades. ¿De qué sirve ofrecer a Dios bienes materiales preciosos y caros si a nuestro alrededor tenemos a gente con la que ni siquiera nos hablamos? Jesús da un salto cualitativo y nos abre los ojos a la realidad de un Dios que podía aceptar (y aceptaba) otro tipo de ofrendas, más intangibles pero igual o más valiosas, porque era un Dios que apreciaba cosas como la compasión entre las personas, el perdón entre contendientes, la superación de conflictos, la omisión de venganzas... Por eso nos conmina a reconciliarnos con un hermano o a ponernos de acuerdo con nuestro adversario antes de ir a juicio; todo esto tiene prioridad delante de la paloma o del buey que queríamos llevar a sacrificar a los sacerdotes del templo. Más claro imposible. Así se nos descubre un Dios de rostro más compasivo, alejado de las divinidades que abundaban en la Antigüedad y con las que el Dios de los israelitas parecía compartir ciertas cosas. Pero los Diez Mandamientos y ahora las enseñanzas de Jesús vinieron a dibujarnos su esencia verdadera. Por tanto, en nuestra práctica religiosa lo que debe primar ante todo es la relación armoniosa con nuestros hermanos, con nuestros congéneres, una relación marcada por el perdón y la misericordia. Teniendo esto cubierto, nuestra fe llega a su perfección; sin ello, está incompleta Corramos, pues, al encuentro de aquellos con los que tenemos un conflicto abierto y resolvámoslo. La alegría que tendremos será muy grande.

Comentario a Mateo 5, 20-26

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