Cuando solo nos queda la oración

Hay veces en nuestras vidas en que estamos realmente tristes, o asustados, o faltos de esperanza, en que nos sentimos impotentes y no vemos salida. Entonces, como cuando eramos niños y en la oscuridad de la noche rezábamos un padrenuestro y tres aves marías, entonces es cuando buscamos un rincón de la casa, tranquilo y discreto. Y allí, sin miedo a ser vistos, nos arrodillamos y pedimos a Dios que venga en nuestra ayuda y que la Virgen María interceda por nosotros. Nos tornamos humildes y suspiramos porque la paz anide en nuestros corazones. La oración, ¡qué gran regalo nos dio Jesús! Porque nos vuelve pequeños, pero más merecedores de ser escuchados. En ese momento deseamos recobrar nuestra primigenia inocencia y poder alzarnos con el perdón y la misericordia de Dios. Pensemos en tantos maestros de oración que ha habido en la historia de la Iglesia, en santos tan dispares como San Francisco de Asís y Santa Teresa de Jesús, y que ellos nos inspiren y ayuden para rezar con fervor y hondura de corazón.

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