Los salmos, qué maravilla
Si nos fijamos bien, los salmos forman parte, y de manera muy destacada, de la liturgia de la Iglesia católica. Sin ir más lejos, en la misa siempre se lee uno entre la primera y la segunda lectura. ¿De dónde salen esta especie de poesías que muestran sin ambages la relación del ser humano con Dios? Los salmos son unos cánticos de alabanza a Dios que aparecen recogidos en la Biblia, concretamente en el Antiguo Testamento. Hay un total de 150 y forman el Salterio, un libro de oración que los judíos fueron formando a lo largo de los siglos. Una tradición atribuye su autoría al rey David pero en realidad los salmos son obra de diferentes autores anónimos. Siempre me ha parecido que lo que decían los salmos es muy cercano, muy auténtico y, sobre todo, rebosan humildad y sincero amor por Dios. Además las imágenes y situaciones en que se enmarcan son muy cotidianas y fácilmente comprensibles, a pesar de la distancia en el tiempo que nos separa de los antiguos israelitas. Esa es la razón por que atrae tan fuertemente la manera como su autor o autores expresan sus sentimientos: alegría, tristeza, esperanza, agradecimiento... Por eso leer y meditar los salmos es una manera de rezar muy efectiva y gratificante. He aquí algunos ejemplos de salmos (fragmentos):
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Salmo 138
Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
Salmo 62
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mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
Salmo 22
El señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
Salmo 22
El señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
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me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Salmo 121
¡Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la casa del Señor"!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales Jerusalén.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la casa del Señor"!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales Jerusalén.
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