Una Iglesia pecadora

La última visita del Papa Francisco a Irlanda ha estado marcada por las acusaciones contra la Iglesia por su inoperancia ante los numerosos abusos sexuales perpetrados contra niños por parte de sacerdotes y religiosos, así como por los malos tratos sufridos por madres solteras cuyos hijos fueron arrancados de sus brazos e ingresados en orfanatos deplorables. Estos crímenes han minado muy mucho la credibilidad de la Iglesia católica irlandesa, de la misma manera que otros escándalos como el de la diócesis norteamericana de Pennsylvania han hecho mella en el prestigio de la Iglesia católica universal. La dificultad de algunos sacerdotes y religiosos para mantenerse célibes no es una cosa nueva, todos conocemos casos en nuestros entornos más próximos. Pero lo que realmente preocupa es que personas consagradas que tendrían que ser ejemplos de virtud, hayan caído en conductas tan depravadas. La Iglesia nunca estará libre en mayor o menor medida de las debilidades de sus miembros, pero jamás se puede bajar la guardia para luchar contra conductas tan deleznables que arruinan la vida de mucha gente inocente y dan al traste con la misión evangelizadora. Quizá sea un signo de los tiempos, que la Iglesia se vea abocada a la vergüenza por los pecados de sus componentes más destacados, de manera que se vea obligada a hacer un esfuerzo más grande para mejorar la selección de sus presbíteros. Estamos seguros de que el Papa Francisco tomará cartas en el asunto y se trabajará con ahínco para conseguir que los sacerdotes en particular y religiosos en general sean un buen modelo de conducta evangélica. Desde luego que los laicos y laicas también tienen un papel importante que jugar, pues es en el seno de las familias y de los grupos e instituciones católicas, donde la buena semilla tiene que ser plantada. Nunca es tarde.

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