De cómo Francisco de Borja decidió que nunca serviría a un señor que pudiese morir
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Francisco de Borja nació en Gandía en 1510, en el seno de una familia noble emparentada con la realeza española. Dicha familia era una de las más conocidas en la Corona de Aragón, entre otras cosas porque había dado a la Iglesia dos papas en el siglo XV, los famosos Borgia o Borja. Francisco recibió el título de duque de Gandía y con sólo 29 años, en 1539, el emperador Carlos V lo nombró virrey de Cataluña. Allí empezó a destacar por su sensatez a la hora de resolver los asuntos y también por su piedad y devoción: comulgaba con frecuencia, cosa que en aquel tiempo era raro y que algunos criticaban por considerarlo una muestra de orgullo. El alma de Francisco de Borja sufrió un aldabonazo cuando el emperador Carlos V le encargó escoltar el cadáver de su esposa, Isabel de Portugal, a su sepulcro en Granada. El duque de Gandía debía corrobar que aquella difunta era realmente la emperatriz. Para ello abrieron el ataúd y Francisco miró la cara de Isabel, pero la que fuera una belleza en vida, tenía el rostro completamente desfigurado. Al verlo, Francisco quedó fuertemente impresionado y dijo una de sus frases más famosas: "¡Juro no servir más a señor que se me pueda morir!". Ya no sería el mismo desde entonces. Estaba casado desde los 19 años y tenía ocho hijos. Quería mucho a su esposa Leonor, pero al morir cuando Francisco tenía 36 años, decidió hacerse religioso e ingresar en la Compañía de Jesús, pues había hecho los Ejercicios Espirituales con el cofundador de los jesuitas San Pedro Favre. Por indicación de San Ignacio de Loyola, pospuso su ingreso en dicha orden hasta que sus hijos terminaron su educación. Con el tiempo san Francisco de Borja sería el encargado de extender la Compañía por España, labor que hizo con gran eficacia. También fue nombrado general de los jesuitas, máximo cargo en esta orden. Murió en Roma en 1572. Destacó por su bondad y humildad, y el famoso episodio del cadáver fue otro más de los muchos en que la visión de la muerte hace reflexionar a los hombres sobre la vanidad y caducidad de la vida, caducidad que solo Dios es capaz de vencer.
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