
El Miércoles de ceniza es un día importante en el calendario cristiano. Se da el inicio a la Cuaresma, que desemboca en la Semana Santa. En la misa de este día, que no es de precepto, el sacerdote dibuja con ceniza una pequeña cruz en la frente de los asistentes. Dicha cruz significa que el ser humano, a pesar del dominio que tiene del mundo en que vive, sigue siendo frágil y no puede evitar la muerte, que lleva a la desaparición del cuerpo, "convertido en cenizas". Esa ceniza, sin embargo, no es una invitación a la tristeza y a la desesperación, es una invitación a la humildad, que es la puerta a la alegría verdadera, a la paz, a Dios. Ir a misa un Miércoles de ceniza, sobretodo en aquellos lugares donde la asistencia a los actos religiosos es muy baja, es una experiencia irrepetible. Y más si quien lo hace es joven, pues en muchos sitios de Europa occidental la mayoría de las personas que hay en la iglesia son mayores o de avanzada edad. Pues bien, hay que decir que la Cuaresma debe ser sobre todo un alto en nuestras labores cotidianas, sin abandonarlas, para facilitar la reflexión, la interiorización de nuestro ser más íntimo y preguntarnos: ¿Qué hacemos bien y qué hacemos mal en nuestra vida? ¿Qué nos ayuda a ser buenos de verdad? ¿Cómo podemos mejorar nuestra relación con Dios? ¿Somos comprensivos y amables con los que nos rodean? ¿Hacemos bien nuestro trabajo? ¿Rezamos de corazón y/o con frecuencia? Cada uno puede averiguarlo atendiendo a sus circunstancias personales. La ceniza, la Cuaresma, si lo intentamos, puede obrar el milagro de desprendernos de nuestra soberbia y orgullo y situarnos en las coordenadas de la humildad, de la compasión. Durante su vida terrenal Jesús se topó con diversos personajes que gracias a su humildad supieron encontrar la paz interior: Zaqueo, el que se subió al árbol para ver a Jesús; el centurión romano, que le pidió auxilio para salvar a su criado; el leproso, que se volvió para darle las gracias; la samaritana del pozo, que le pidió agua de la que sacia la sed... Pensemos en estos personajes e imaginemos donde está nuestro árbol, nuestro criado enfermo, nuestro pozo... Así nos liberaremos de aquello que nos aleja de la verdad de las cosas y que nos separa de nuestros hermanos y hermanas.
Comentarios
Publicar un comentario