Por qué somos católicos

La denominación católico, para los que lo somos, se asume insconscientemente, casi sin darnos cuenta, pues el énfasis que se pone en nuestra educación religiosa es en ser cristianos. Dicho matiz, católico, al menos en los países que tradicionalmente lo han sido (España, Italia, Polonia, Francia...), parece no tener gran importancia. Pero la tiene. En un mundo herido por la división y los intereses locales, el hecho de sentirse unido por la fe a gentes de todos los países y razas es reconfortante. No importa dónde estés ni con quién, pues sabes que aquella persona o aquel grupo humano entienden y comparten tus creencias, tu lenguaje y tus anhelos. Roma, el Papa, los cardenales, son la cara visible de una Iglesia universal que nace directamente del humilde grupo de apóstoles de Jesús, que tras su muerte se expandieron por las orillas del Mediterráneo y culminaron en Roma, con el martirio de San Pedro, la obertura al mundo. Unidad no significa uniformidad: la Iglesia católica está formada por multitud de carismas y tendencias que a lo largo de los siglos ha ido enriqueciendo y fortaleciendo el mensaje cristiano. Es indudable que la figura del Papa ejerce una influencia altamente positiva y dinamizadora: ¿qué se puede decir malo de los últimos pontífices de la Iglesia? ¿De Juan XXIII, de Pablo VI, de Juan Pablo II, de Benedicto XVI, de Francisco I...? Pero dejemos que sea el mismo Benedicto XVI quien nos explique, con su habitual claridad y sabiduría, qué significa que la Iglesia es católica, con las palabras que escribió en sus tiempos de profesor en el libro Introducción al cristianismo:
       "La palabra "católica" expresa, por consiguiente, la estructura episcopal de la Iglesia y la necesidad de que todos los obispos estén unidos; el símbolo [el credo] no dice nada sobre la cristalización de esa unidad en la sede romana. Pero sería falso deducir de ahí que es secundario orientar la unidad hacia esa meta. En Roma, donde se gestó nuestro símbolo, esta idea pareció pronto una cosa natural. Pero es justo afirmar que esta expresión no forma parte de los elementos primarios del concepto de Iglesia, ni constituye en realidad un factor clave para construirla. Los elementos fundamentales de la Iglesia son más bien otros, como el perdón, la conversión, la penitencia, la comunión eucarística, la pluridad y la unidad que de ahí se deriva: la pluralidad de la iglesias locales, que sólo son Iglesia si se integran en el organismo de la Iglesia una. El contenido de la unidad son la palabra y el sacramento. La institución de los obispos parece en el fondo un medio para esta unidad. La Iglesia no está ahí porque ella quiere, sino que es un medio; su puesto puede describirse con la palabra "para": está para lograr la unidad de las iglesias locales en ella y bajo ella. El servicio del obispo de Roma ocupa un estadio ulterior en el orden de los medios."

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