Rezar sí que sirve


El fragmento de Lucas que abordamos hoy nos presenta a Jesús explicando con su habitual contundencia la efectividad de la oración, y no solo de la oración, entendida aquí como petición, sino también de la búsqueda, de la llamada para conseguir ayuda. Todas estas acciones implican reconocer la bondad de Dios, superior a la que cualquiera persona pueda demostrar hacia los que ama. Pero incluso aunque la petición fuera inoportuna, tal como muestra el ejemplo del amigo que llama a la puerta de casa en plena noche, la posibilidad de éxito es alta, pues la insistencia tiene premio. Ya lo dice el refrán: "Hace más el que quiere que el que puede". El Señor remacha el clavo con las imágenes, más bien contra-imágenes, del padre que siempre da a su hijo cosas buenas, no lo contrario de lo que pide. Por tanto, la necesidad de la insistencia en la oración y la segura bondad de Dios en sus respuestas quedan claras en las palabras de Jesús. Mas este evangelio también nos puede sugerir otra cuestión no exenta de polémica entre nosotros: ¿debemos ver a Dios principalmente como fuente de obtención de beneficios? ¿Como una máquina expendedora de objetos a gusto del consumidor? Nuestro Señor no especifica qué es lo que podemos y no podemos pedir, pero sabe que, por lógica, nuestras peticiones irán en la linea de nuestras necesidades más acuciantes y básicas (no solo materiales), tal como el niño pide a su padre un pan, un pez o un huevo. Pero también añade una cosa: lo mejor que Dios puede ofrecernos es el Espíritu Santo, guía y auxilio de todos los cristianos. Era lo que en aquel momento más necesitaban (y necesitarían) los que le rodeaban y seguían. Y sigue siéndolo hoy en día. El Espíritu Santo es, explicado de forma sencilla, la presencia de Dios de una manera más íntima entre los que creen en Él, de manera que les da consuelo y los orienta en sus acciones para que no se equivoquen y no se alejen de la voluntad del Creador. Así seguro que serán plenamente felices y llevarán a cabo multitud de acciones buenas allá donde se encuentren.

Comentario a Lucas 11, 5-13

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