Manual de comportamiento
Si alguien se interesase por nuestra fe y nos preguntara cómo debía comportarse para ser un buen cristiano, la mejor respuesta sería hacerle leer estos fragmentos del evangelio de San Mateo. En ellos Jesús deja bien claro cuál es la forma de llevar una vida auténticamente religiosa con la que honorar a Dios. Todas las indicaciones que nos da están guiadas por la discreción y la humildad. El Señor no pone en entredicho ninguna de las costumbres o prácticas religiosas de su tiempo, del Israel del siglo I; es más, se reafirma en ellas: hay que hacer limosna, oración y ayuno. Son las tres prácticas que suelen realizar muchos de los hombres y mujeres religiosos de todo el mundo, en la mayoría de religiones. Mas Jesús las corrige poniendo como ejemplo lo que no se debe hacer y para ello echa mano de los fariseos (a los que llama hipócritas) y de sus estridentes y coloristas formas de practicar la fe. Así vemos como en las calles y plazas de la Jerusalén de aquel tiempo, y probablemente en las de muchas poblaciones hebreas, algunos tocaban una trompeta para hacer notar que habían dado limosna a un pobre; o rezaban de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vieran; o iban cabizbajos por la calles y con la cara desfigurada o descompuesta para que los demás supieran que ayunaban, es decir, que se privaban voluntariamente de comer. Jesús, en cambio, redefine estas prácticas y las lleva al plano de lo íntimo, pues sabe que la naturaleza humana es propensa a dejarse arrastrar por el afán de notoriedad y de búsqueda de prestigio. Este afán no agrada a Dios e invalida todo lo que podamos hacer, porque descafeina la sinceridad del acto, su autenticidad. Por eso, si tu corazón te impele a ayudar al desfavorecido, a encontrarte con Dios, a privarte de las cosas que otros no pueden disfrutar, lo más adecuado es hacerlo sin que nadie se entere, sin que nadie te vea. De esta manera, nos aseguramos que sólo Dios conoce nuestros buenos actos, hechos por amor a Él y a los otros. Esto no significa que, traducido a los tiempos actuales, debamos abandonar la asistencia a la iglesia, por ejemplo, porque se pudiera interpretar como un acto de hipocresía. Ni que nadie deba saber que colaboramos con una ONG que ayuda a los más necesitados. Debemos continuar haciendo estas cosas pero, por supuesto, no debemos alardear de ello. Y sobre todo debemos concentrarnos en ser más conscientes, más libres, más alegres, en las prácticas religiosas que llevamos a cabo, comprendiendo su significado y procurando que sean el combustible que nos ayuda en la realización de otras muchas acciones positivas en nuestra vida cotidiana. Dios verá entonces que buscamos realmente ser buenos como Él lo es.
Comentario a Mateo 6, 1-6, 16-18
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