¡Qué bueno es confesarse!
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La confesión es uno de los rasgos más distintivos de la fe católica. Ninguna otra religión dispone de algo parecido, tan extraordinario y, a la vez, tan profundamente humano. Se trata de un sacramento, es decir, del signo visible de un efecto espiritual que Dios obra en las almas de las personas. Y dicho efecto, en este caso, es el de perdonar los pecados, las faltas, de aquellos que se confiesan. Un perdón que llega a través del sacerdote, capacitado para ello por el poder que dió Jesús a la Iglesia, concretamente cuando le dijo a San Pedro que aquello que perdonara en la Tierra sería perdonado en el Cielo. No es fácil para personas ajenas al catolicismo comprender la trascendencia de la confesión y los grandes beneficios que proporciona a aquellos que la reciben. Después de confesarse, el penitente (así se llama el que se arrepiente de sus pecados y los explica al confesor) experimenta una alegría honda, una paz completa, un gozo contagioso. El contador de nuestra vida se pone a cer...