Al suelo con los tenderetes
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La escena de Jesús tirando los tenderetes al suelo siempre nos ha impresionado, más que nada por el hecho de verlo enfurecido y, por decirlo de alguna manera, violento, un comportamiento poco habitual en él. Pero su indignación ante tanta sirvengüenzería tenía justificación: en el templo de Dios los asuntos comerciales habían adquirido un peso que desvirtuaba la verdadera finalidad del lugar, la oración. Esta situación parece haberse repetido a lo largo de los siglos de una u otra forma: la tendencia natural del ser humano al comercio, a la búsqueda de beneficios con las transacciones económicas, es tan fuerte que a veces no sabe respetar ningún límite o circunstancia, ya lo dijo el poeta Quevedo con aquello de "Poderoso señor es Don Dinero". Y el trabajo de la Iglesia católica ha sido, no pocas veces, tratar de eliminar estos abusos en su seno. Unas veces porque algunas órdenes religiosas (léase los benedictinos) hacían acopio de riqueza en sus monasterios hasta el pun...